jueves, 16 de junio de 2011

EL SILENCIO, QUE NO CALLA

Es curioso como duele. Me paro a analizarlo. Ese silencio que parece no callarse nunca. Ese nudo en el estómago. Las miradas furtivas al reloj, que no avanza. El oído atento a una llamada que no suena.
Un pequeño susurro, un movimiento, y el corazón se acelera. Una esperanza que dura apenas lo que tardas en girarte y darte cuenta de que todo sigue igual.
Las horas, a veces, no pasan. Y te quedas, inmóvil, en algún lugar que no conoces. Una especie de vacío en el que falta el aire si no escuchas su respiración. Un presente sin futuro cuando notas su ausencia. Y allí, desde mi inexistencia, espero que la aguja de ese puto reloj avance hacia un mañana igual de monótono.
A veces me gustaría que determinadas preguntas quedasen sin contestar. Es mucho peor si sabes la respuesta.

miércoles, 8 de junio de 2011

Binomio perfecto

Vete.
Lo dijo susurrando. Ella lo miró, sorprendida. ¿De verdad me estás echando? Él casi no abrió la boca cuando le dijo que si ella no se marchaba él acabaría llorando.
A esta noche la precedía un año y medio de amistad. Un tiempo en el que dos conocidos adquirieron una confianza y una complicidad perfecta. A lo largo de todos aquellos meses su relación había ido cambiando. Al principio, intercambiaban palabras típicas. Conversaciones típicas, dichas siempre bajo una máscara de normalidad. Con el paso del tiempo, habían ido desnudando poco a poco sus pensamientos. Ahora, cada uno hablaba con el otro con una confianza absoluta. Ella era, como él decía, multipolar. Hablaba por los codos, no paraba de sonreír, y, cuando estaba con él, aquella confianza daba lugar a una sarta de conversaciones ilógicas en las que ambos disfrutaban. Estando juntos, ella decía exactamente todo aquello que se le pasaba por la cabeza. Él, mientras tanto, solía callar y sonreír. Era un hombre complejo. Silencioso, en un principio algo seco. Tras horas y horas de charlas, había acabado por mostrarse tal y como era. Inteligente, comprensivo, cariñoso. Le gustaba escuchar cuando no tenía nada que decir, y si sí que lo tenía, no empleaba más palabras de las necesarias. Siempre eran las palabras adecuadas.
En aquel momento aquel “vete”, por primera vez, no eran las palabras que ambos necesitaban. O sí. Quizá era mejor acabar cuanto antes con aquel momento. Ella se paró a pensar en todo lo que habían vivido. Él siempre estaba allí para ella. Ella siempre estaba demasiado ocupada. Él aceptaba sus ausencias. Ella aprovechaba cada segundo que pasaba con él. Él la quería con un cariño infinito, y ella había descubierto, sorprendida, que también sentía aquella sensación cálida cuando estaban juntos. Se sentía a salvo, segura, querida. Le inspiraba confianza, respeto, cariño.
Vete. Ella se levantó. Llevaban más de una hora sentados en la acera, mirando a las estrellas. Ella miraba hacia un lado, evitando que sus miradas se cruzasen, porque necesitaba mostrarle su apoyo y demostrarle que era fuerte, y aquellas lágrimas escurriéndose por su cara, fría por la brisa nocturna, no iban a ayudar precisamente. Habían visto pasar un par de satélites, y él se rió cuando ella había dicho que eran estrellas y, sorprendida, había preguntado por qué parpadeaban. Él le contestó como siempre, aportando el toque de cordura a aquel binomio perfecto. Vete. Eran las palabras que los dos llevaban dos horas retrasando, intentando que el tiempo no pasaran. Odio las despedidas, odio el echar de menos, odio la ausencia de una persona, y sobre todo, odio el tiempo y la distancia.
Cuando se alejaba en el coche, guardando la última imagen que iba a tener de él, despidiéndose desde la puerta, dejó que, por primera vez aquel día, se le cayera una lágrima. Por ese último abrazo que los dos, en silencio y evitando decir lo indecible, se habían dado aquella noche de Mayo.

miércoles, 1 de junio de 2011

O meu espello roto

¿Qué tal o día, pendón? Sonrío
Sempre, ou bueno, case sempre, consegue facerme rir. E iso que fai séculos que non oigo a súa voz nin vexo a súa cara máis que en fotos. Xa só nos comunicamos por escrito (benditas tecnoloxías).
Dende que o coñecín non para de sorprenderme. É como verme nun espello roto, xa sabedes, estás ahí reflexado, pero eres lixeiramente diferente. Foi no verán, nas festas da Barca. Fun de mala gana e acabei pasando dous días cheos desas anécdotas que nunca lles contarás aos teus netos. Na tenda de enfrente, a primeira noite, dous pares de ollos cantaban “How wonderful life is…”. Soñadores, románticos empedernidos, cun sorriso na boca e complexo de Peter Pan no bolsillo do pantalón vaqueiro. E sí, un deses pares de ollos era él, o meu pendón favorito. Non deixa de sorprenderme cando mestura un lado infantil, mesmo inocente, con esa aparente seguridade, labia, con ese non sei qué de galán en branco e negro. Supoño que o que máis me gusta é esa teima de falar sen parar que ten o que un día me chamou “pesadelo lingüístico”. A moita honra señor Lorenzo. E supoño que é eso tamén o que mantén esta especie de amizade. Eso e esa semellanza da que xa falei. No meu particular espello roto atopo orgullo, medo ao compromiso, a necesidade imperiosa de falar polos codos mentres haxa cousas que decir, gusto polo imposible e polos retos a superar día a día, un certo medo a crecer que disimulamos baixo esta seguridade aparente e un concepto do romanticismo polo que loitamos e morremos, pero ó que nós mesmos matamos en cada paso atrás ante unha decisión.
Podería dedicarche máis liñas, pero ás veces hai que cribar os pensamentos para deixar de falar por falar e, realmente, decir.
"Eras un pez grande en un estanque pequeño. Esto es el océano y te estás ahogando" Big Fish

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