lunes, 27 de febrero de 2012

Country sobre la alfombra

Dejó la habitación a solas y huyó al pasillo. Se dejó caer, como lo hacía siempre, encima de la alfombra, y se limitó a respirar hondo. El mundo no existía ahí fuera. Al menos, él no quería que existiese.
La puerta seguía entrecerrada, y casi podía oler los restos de la noche. El alcohol que aún le embotaba la cabeza, el sudor. Oyó aquella respiración de nuevo y la cabeza le dio vueltas. ¿Qué había hecho? Lo último que recordaba era la discusión con Ana, cuando ella le había echado en cara que era un inútil. Que no servía para nada. Que hacía mucho que ya no lo quería. Y aquella impotencia… Sabía que había bajado al bar, y de ese a otro… y a partir de ahí los recuerdos se nublaban.

As she´s walking away… Zac Brown Band sonaba en el radiocassette que había en la habitación, amortizando la respiración de aquella desconocida que aún dormitaba sobre su cama. Era morena, de gesto cansado, estaba completamente desnuda sobre su cama, y lo más importante, estaba seguro de que no la había visto nunca antes. Intentó recordar todos sus rasgos sin volver a asomarse a la habitación, por si había algo conocido en ella, algo que se le hubiera pasado. Pero no había nada.
La canción acabó de golpe y se oyó un gruñido. Salió desnuda al pasillo y lo miró sorprendida. Estaba todavía desnudo, tirado sobre la alfombra.

-¿Una mala noche?- Le sonrió desde detrás de la melena despeinada.

- Dímelo tú.

Se agachó delante de él y lo besó en los labios, con cariño. Luego fue hasta la cocina y abrió el cajón de los cereales, como si lo hubiera hecho cientos de veces. Tarareaba la canción country que había sonado en la radio y se movía de un lado a otro de la cocina, preparándose el desayuno. Él la miró de nuevo. ¿Qué estaba pasando?

Ella le preparó un zumo de naranja con unas galletas. Como siempre hacía.

¿Cómo siempre hacía? ¿Qué coño estaba pasando?

martes, 14 de febrero de 2012

Un 14 de Febrero y la vieja loca de los gatos

Ella lo había querido durante años.

Le había inspirado las canciones más bellas y las historias más tristes. Durante todo aquel tiempo, se había dedicado a soñarlo sentada en su sofá, escribiendo y escribiendo. Y aquel 14 de Febrero, cuando se despertó, se dio cuenta triste de que su ático estaba lleno de hojas. Cientos de historias inacabadas, poesías aquí y allá. Casi no había un hueco que estuviera vacío de él. Estaba en la puerta de la nevera, junto a los post-its que decían “comprar leche”, y encima de la mesa, mezclado con todos aquellos regalos sin abrir. Se levantó y los acarició, uno por uno, recordando cada año que los había comprado y cómo nunca se había atrevido a mandárselos. Se miró en el espejo. “Yo seré la vieja loca de los gatos”, había dicho riéndose cuando de joven, le tenía miedo al compromiso, e iba viendo como sus amigos se hacían felices formando parejitas. Miró con tristeza a su reflejo. Allí estaba, más vieja, menos sonriente, hundida en sus propias cavilaciones. Le había dado tanto pánico enamorarse que había huido de cada oportunidad, y a cambio, se había dedicado a soñar despierta.

En la calle sonaba una canción romántica, y cuando se asomó a la ventana pudo ver a un chico que, desde el coche, le ofrecía a una joven un ramo de flores. Qué cursi. Y qué envidia…

Lo recordó. Su piel morena. Su forma de bailar. La sonrisa absurda y todas sus imperfecciones, tan perfectas. Lo nerviosa que la había hecho sentir cada vez que estaba cerca.

Y también recordó que, el día en que todo se hizo perfecto, ella había huido. Se había escondido en sí misma, alejándose de él, pese a sus súplicas, a su cariño. Aquel amor le dolía, la asustaba, y ella, cobarde (siempre tan cobarde), se hizo un ovillo y desapareció. Luego, cuando él desistió, ella se dio cuenta de cuánto lo echaba de menos.

Y pasaron los años. Y ella lo soñó casi tanto como respiraba, y él la echó de menos casi todavía más. Pero ella nunca volvió a aparecer, pese a todo lo que él la había buscado.

Ella seguía allí, acurrucada entre las mantas, cuando oyó sonar el timbre. El corazón se le paró y pensó por un instante que todo había cambiado. Que ella no había sido una idiota, que había dejado de soñarlo para dejarlo entrar en su vida, que él había vuelto con una sonrisa.

Corrió hacia la puerta y abrió la mirilla.

Las notas de un piano sonaron a lo lejos, tocando una canción de Willie Colón…

lunes, 6 de febrero de 2012

Y les dibujé un mundo, sólo con palabras (parte II)

                Desde el día en que perdí a Moraima y a Breogán con la tinta de un bolígrafo gastado, me pregunté cien veces qué había sido de ellos.  Leí las Mil y Una Noches, por si Moraima, de tanto amar la historia, había acabado en ella, y un día de temporal en A Coruña, miré al mar desde la Torre de Hércules, buscando a Breogán entre las olas. Pero no quedaba de ellos ni una sola palabra.

                Me di por vencida y viví años olvidándolos. Llegué a creer que nunca habían existido, que mis ojos sólo los habían visto en sueños. Y un día, el cielo llovió hasta casi deshacerse.

                Me encerré en casa y cogí un folio en blanco. Y allí, esperándome como si nunca se hubiera ido, estaba Moraima. La vi más gastada, más triste, con sus rasgos tan dulces casi borrados. Quise escribir que sonreía, pero las palabras se negaban a salir.

- Llueve tanto… Un día, él me dijo que aquí el cielo lloraba por amores que nunca se cumplieron…

                Le pregunté por él y Moraima enmudeció. Se instaló en mi cajón y pasó meses negándose a hablar. Se hundió en sus recuerdos y llenó mis páginas de los ojos celtas de Breogán.

                Un año después el cielo volvió a deshacerse, y Moraima salió del cajón para sentarse en la ventana. Mirando al mar, suspiró.

- Yo le enseñé a seguir sus sueños, a convertir un segundo en Mil y Una noches. Y, ¿sabes? Un día me dijo que su sueño era llegar al mar.

                Moraima se giró reprochándome su pérdida con los ojos.

- ¿Por qué nunca nos dijiste que estábamos hechos de papel?

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Tiempo después, las olas de Riazor me bañaban la piel, y me acordé de Breogán y de sus sueños, de cómo algún día la tinta que lo dibujaba se diluyó entre el agua del mar…